martes, 12 de abril de 2011

Bachillerato de excelencia

La verdad es que entiendo el revuelo que se ha montado con la propuesta de Esperanza Aguirre de crear un “bachillerato de excelencia”. Nada como la educación para agitar en España el fervor  ideológico. No sé si en otros países sucederá igual, pero es curioso el caso patrio; no creo que se pueda tener una fe más apasionada en el “poder de la educación”, esto es, una confianza tan inquebrantable en que “un buen colegio” transforme totalmente, y por sí sólo, a un niño en alguien de provecho. Por eso, cada vez que se trata de afrontar un problema social, léase la piratería en internet, la desigualdad de género o cualquier otro semejante, se dice que “hay que empezar por la educación”; lo cual no significa, paradójicamente, que los padres deban comportarse de la manera que se entiende correcta frente a los hijos, a fin de convertirse en un buen ejemplo, sino que de lo que se trata es de introducir una nueva asignatura en los planes de estudios que obligue a los niños a memorizar más y a estar un rato más haciendo deberes en casa. Yo, como todos, he sido alumno, pero además me enorgullezco de mi memoria, y sé que las “nuevas asignaturas” de ese tipo son un “coñazo”, y no se prestan más que a bromas de recreo.

La paradoja es que al tiempo que existe esa tremenda vocación “a priori” por la educación, los resultados a posteriori de nuestros estudiantes en las pruebas recogidas en el Informe Pisa de la OCDE sean tan mediocres. ¿Les sorprende a ustedes? ¿A mí tampoco? Pero dejemos ese tema para otra ocasión.

El bachillerato de excelencia de Aguirre parte de la constatación de un fracaso: la escuela pública no proporciona hoy, con frecuencia, un nivel de enseñanza satisfactorio. Las razones son diversas. Es cierto que la LOGSE dio solución a un problema que estaba en un limbo: en España  la educación obligatoria duraba hasta los 14 años, pero sólo se podía empezar a trabajar a los 16. El problema es que el que no quiere estudiar a los 14, tampoco lo quiere hacer a los 15, y se convierte en una rémora. Por lo que se rebajó algo el nivel de exigencia curricular y, de facto, el nivel medio de los alumnos en los últimos cursos de la ESO (los antiguos 1º y 2ª de BUP) bajó. Como todo lo malo, los efectos mencionados se notaron más en los barrios marginales que en los burgueses. Pero a esto han venido a sumarse otros factores: la inmigración ha tenido también un impacto destacable en el nivel de los centros, cuando se ha tratado de la incorporación tardía de niños en edad escolar, que, en algunos casos, tampoco hablan nuestro idioma; y en el caso de la incorporación de niños inmigrantes desde el inicio del ciclo educativo, porque en su casa tampoco es probable que tampoco encuentren ejemplo y aliento en cuanto al estudio y la lectura. Lo mismo pasaba en España, y sigue pasando, en muchos barrios obreros. Pero a esto hay que añadir otro factor, si acaso más importante: en la medida en que hoy es frecuente que ambos progenitores trabajen fuera de casa, y que sus jornadas de trabajo sean cada vez más largas, los niños pasan separados de sus padres la mayor parte del día, recibiendo gran parte de su educación de la tele, los videojuegos, sus compis y lo que ven en la calle. A lo que se suma, frecuentemente, el deseo de llamar la atención de sus mayores.

Ante esta situación, ¿qué es lo que ha sucedido? Pues que los padres de clase media han optado mayoritariamente por sacar a sus hijos de la escuela pública. Las alternativas son los colegios concertados (frecuentemente, colegios de pago encubiertos –“contribuciones voluntarias”-) y los privados. Y en esas estamos.

Está claro que ninguna escuela pública puede sobrevivir dignamente si se le detraen los recursos (para la financiación de conciertos) y los estudiantes de clase media. Poco a poco, esta escuela se irá convirtiendo en un pozo del que sea más difícil salir.

¿Cómo se revierte la situación? Pues reduciendo los conciertos (que legalmente son una fórmula de prestación transitoria de los servicios públicos hasta cuando existan dotaciones públicas necesarias para atenderlos directamente), creando en consecuencia más colegios públicos, aumentando significativamente el presupuesto de Educación, para permitir que los alumnos rezagados reciban un refuerzo extra fuera del horario escolar que reduzca su retraso respecto del resto de la clase que vaya en perjuicio de ésta y otras medidas por el estilo.
Dicho lo anterior, ¿alguien se cree que lo eso va a suceder? Los papás que tienen a sus niños en un “colegio bien” subvencionado, ¿qué van a decir? Pues dirán con sus votos que no a quien proponga o haga lo que hemos comentado. ¿Y los fondos para sufragar el sobrecoste de una atención personalizada a los niños con problemas escolares? ¿Subida de impuestos? Difícil… Vamos, que dudo mucho de que el PSOE se embarque en semejante cruzada, al menos en Madrid.

Puestas así las cosas, la propuesta de Aguirre cobra otro sentido. Se trata de que los alumnos de la escuela pública que destaquen tengan la posibilidad de disfrutar de una educación gratuita cuya calidad sea probablemente muy superior a la de los colegios privados y concertados. Y repito, “los alumnos que van a la escuela pública”, entre los que no se encuentran muchos de clase media. No es, pues, una propuesta cuyos beneficiarios coincidan con el electorado natural de Esperanza Aguirre, pero puede que tenga el efecto de animar a muchos padres que actualmente no lo hacen, a llevar a sus hijos a la escuela pública.

Evidentemente, habrá que ver cómo se pone en marcha, qué porcentaje de alumnos tiene efectivamente la posibilidad de acceder a ella… Ese es un debate interesante en el que creo que los partidos en general deberían implicarse. Quizá se le pueda forzar a Aguirre a llevar sus planes más allá de donde tenía inicialmente previsto. Pero no creo que la idea deba ser descalificable como tal. La alternativa es seguir como hasta ahora, o afrontar unos sacrificios a los que gran parte de la población no parece estar dispuesta.

Firmado: Escéptico.



Respuesta.
 
La actual sociedad mediática prima a los políticos que saben colocar en los medios de comunicación los debates que les favorecen. De hecho, las campañas electorales se diseñan de esta forma: la lucha no es por la respuesta, sino por conseguir la pregunta adecuada. En este fragmento de la célebre serie West Wing se resume brillantemente esta dinámica.
Esperanza Aguirre, que ya está en campaña electoral, es una política muy habilidosa en este terreno. Y sabe que, en materia de educación, no le conviene que el debate gire en torno a enseñanza pública versus enseñanza privada. Su pregunta ganadora es otra: ¿Debe la Escuela privilegiar a los mejores? Frente a los errores de la política educativa socialista (la disminución de la exigencia que tuvo lugar con la LOGSE, la eliminación de la repetición de cursos…), el Partido Popular pretende capitalizar unos valores cada vez más en alza: la cultura del esfuerzo y la meritocracia.
El discurso consiste en presentar al PSOE como defensor de un igualitarismo exacerbado que conduce a una educación mediocre que perjudica a las personas más dotadas. Frente al “trasnochado” mayo del 68 (y su “prohibido prohibir”), la derecha representaría la vuelta a la exigencia y al respeto del profesorado. No se puede negar que, en este ámbito, “la llamada al orden” es un relato muy efectista y que además los antiguos fallos de la política educativa socialista le proporcionan unos buenos asideros.
La propuesta del bachillerato de excelencia quiere plantear el debate justo en estos términos. A un lado, los que persiguen una enseñanza que prime la excelencia y favorezca a los mejores. Al otro lado, los que defienden una educación mediocre que impide que los más inteligentes puedan desarrollarse adecuadamente. En términos electorales la iniciativa está muy bien pensada: la gente se va a quedar con el “a favor” o “en contra”, y no va entrar en los detalles de la argumentación.
Por lo tanto, planteado así el debate, sólo cabe una respuesta: siempre a favor de la excelencia. Esto es, cuándo unos padres acuden a colegio público la Administración debe garantizarles que su hijo recibirá una educación de calidad y que podrá desarrollar todo su potencial. Y esto, como bien apuntas querido Escéptico, no sucede en la actualidad.
Todos tenemos amigos que inscriben a sus  hijos en colegios religiosos cuando ellos son ateos o agnósticos. A veces, estas personas localizan un colegio público que les interesa, pero como hay pocos centros públicos con prestigio, y existe una gran demanda, finalmente no pueden pasar el filtro de los estrictos criterios de admisión. No es porque no se quiera, es porque no se puede.
Las cosas suceden de otra forma en los concertados: aunque teóricamente existe un control público en la selección de alumnos,  siempre se encuentra la forma de abrir las puertas del colegio: siendo muy “convincente” con los dirigentes del centro o con la ayuda de un amigo/conocido que consiga mover los hilos adecuados. Bueno, siempre, no: las personas que no tienen las influencias o el dinero necesario, se han de contentar con los colegios públicos.
¿Constituye la propuesta de PP de Madrid una solución? No lo es. Al revés, el modelo  de Esperanza Aguirre y su última propuesta perjudica a la excelencia en los colegios públicos. Porque cuando unos padres lleven a su hijo a un colegio público no pensarán en que dentro de unos años si es premio extraordinario podrá optar al bachillerato de excelencia.
Los padres suelen ser muy optimistas con respecto a sus vástagos pero no son tontos. Y, por eso, pensarán lo mismo que piensan ahora: qué clase de alumnado acude a ese centro, cómo son sus instalaciones y qué calificación obtiene el colegio/instituto en las medias nacionales. Los padres, a la hora de apuntar sus hijos en un colegio, valorarán cómo son los centros públicos entre los que pueden optar, y no tendrán en la mente el bachillerato de excelencia.
¿Y cómo serán esos centros públicos? Pues un poco peores que en la actualidad. Es lógico: si se llevan a los mejores, todos los colegios/institutos perderán un poco. El nivel general de la clase bajará, los profesores de los colegios públicos se sentirán frustrados por no poder retener el talento, y  los alumnos que no son de “matricula de honor”, pero sí de notable alto, perderán compañeros con los que compartir inquietudes intelectuales. Conclusión: los Centros públicos seguirán su camino de degradación, y los padres de clase media (que repito, no tendrán en la mente ese centro exclusivo de excelencia) apostarán, más si cabe, por los colegios concertados.
Hay muchas personas en España que son ateas, agnósticas o creyentes moderadas no practicantes (que tendrían suficiente con la clase de religión) a las que les gustaría llevar a sus hijos a colegios públicos. Pero no pueden porque los centros públicos que garantizan una educación de calidad son escasos. Este es un problema grave que tiene muchas causas, y una de ellas, al menos en Madrid, es una política que beneficia a la enseñanza privada y a la Iglesia Católica. Si se quiere apostar por la excelencia en la enseñanza pública se ha de rectificar radicalmente esta política, y esto no se hace mediante atajos o ideas peregrinas que responden a una estrategia electoralista.
Firmado: Hedonista.


Réplica.

Indudablemente, el anuncio de Aguirre tiene claros tintes electorales, y trata, como muy lúcidamente apuntas, querido Hedonista, de reubicar el debate educativo dentro de unos parámetros, en principio, favorables al PP. La dialéctica que podría convenir plantear al PSOE es, efectivamente, la de escuela pública / escuela privada, dados los gustos ideológicos de la mayor parte de su electorado. Pero, ¿cuál es la que nos beneficia a los ciudadanos? Pues yo diría que ambas. En el fondo, esas “preguntas” que los partidos tratan de colar en los procesos electorales no proceden de un acto místico de inspiración, sino de este mundo, de los problemas o necesidades percibidos como básicas por los ciudadanos. Y los problemas que plantea la educación pública actual, así como sus posibles soluciones, tienen que mucho que ver con su promoción en ámbitos públicos o privados, y con el problema de la calidad de la enseñanza y el nivel educativo de los jóvenes. Por lo demás, esto no deja de ser muestra de que es casi únicamente durante los períodos electorales cuando se presta atención a los problemas sociales, por lo que considero que es el momento de tratar de arrancar unos compromisos a los partidos que puedan, cuanto menos, contribuir a desgastarles políticamente si se separan de ellos.

Dicho lo anterior, reitero que la propuesta de Aguirre no es una propuesta ambiciosa, sino que se hace en un contexto de conservación y consolidación del status quo: no se ponen en duda los conciertos, ni la privatización o eventual cristianización que suponen de la enseñanza pública, sino que se hace respecto de la parte “residual” de ésta. Evidentemente, yo sería partidario de una solución integral, que abarcase ambas “dialécticas”. Pero eso no parece probable, pues el instrumento para hacerlo sería el pacto, y, sinceramente, no veo a Aguirre y a Gómez con perfil de personas “de Estado”; si acaso, más bien, de corsarios de medio pelo. Pero también niego a considerar la propuesta como algo intrínsecamente perverso que va a contribuir a hundir aún más, si cabe, la escuela pública. No creo que sea cierto. Basta comparar la propuesta con el modelo de algunos países de nuestro entorno. En Alemania existe desde hace muchos años un sistema de itinerarios que va separando progresivamente a los estudiantes hasta el acceso a la Universidad, el cual se niega a los que no hayan aguantado el ritmo del grupo de cabeza. Y en Italia han funcionado durante muchos años los denominados “Liceos o Institutos de Humanidades” que eran verdaderos institutos de élite, a los que se accedía por notas, y que proporcionaban un nivel de enseñanza y exigencia en arte, literatura y filosofía que ya querríamos para muchas universidades españolas.

A diferencia del modelo alemán, la propuesta de bachillerato de excelencia no cierra las puertas de la universidad a quien no participe en él. Es simplemente un grupo de mayor exigencia que, en buena lógica, garantizará unos conocimientos más sólidos de sus estudiantes, pero sin negar a nadie ninguna posibilidad de cara a su futuro académico. De hecho, la última versión de la propuesta apunta a que este bachillerato se impartirá en todos los centros, de manera que el número potencial de beneficiarios podrá ser relativamente amplio. ¿No se convertirá, en lugar de un desincentivo, en un acicate para los propios estudiantes? Supongo que esto dependerá también de los detalles en que se concrete la propuesta. Pero, en cualquier caso, lo considero como un pequeño paso en favor de la  revalorización de la opción por la escuela pública. Y algo es algo. ¿Que haría falta más…? Pues sí, pero no está el patio político como para pedir mucho, la verdad.

Lo que me hace mucha gracia es la aparente indignación de muchos cargos públicos socialistas, que tildan la iniciativa de elitista. Cuando a mí lo que me gustaría saber es cuántos de ellos llevan a sus hijos a una escuela pública.

Firmado: Escéptico.

Contrarréplica.

Sin que sirva de precedente, he de reconocer que me has convencido. El proyecto de Esperanza Aguirre responde a una estrategia electoralista y, desde luego, no es la solución a los problemas de la Educación en España. Pero puede ser una buena oportunidad para hablar de la excelencia en la enseñanza española. Una ocasión, primero, para denunciar la política que está mermando la calidad de los colegios públicos en beneficio de la educación privada, y, segundo, para intentar reconducir la idea hacia el interés general que, en este caso, pasa por una mejora de la calidad de la educación pública.
Lo que a mi me preocupa es que todos los institutos públicos pierdan en beneficio de un centro de excelencia que reúna a los mejores alumnos. Si es ese el proyecto creo que contribuirá a la degradación de la Educación Pública. En cambio, sí me parecería bien que el bachillerato de excelencia se integrara como proyecto en cada centro formativo; como una estrategia para ofrecer más recursos a los alumnos que quisieran realizar esfuerzo extra, primando la capacidad y el mérito. De esta forma, los mejores alumnos no tendrían que abandonar su Instituto y éste  no perdería calidad.

Firmado: Hedonista.


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