martes, 14 de junio de 2011

"No quiero vivir en mi ciudad con un Alcalde de Bildu"

“No quiero vivir en mi ciudad con un Alcalde de BILDU”
Este es el titular que adorna una entrevista de EL PAÍS a María San Gil (http://www.elpais.com/articulo/ultima/quiero/vivir/ciudad/alcalde/Bildu/elpepiult/20110613elpepiult_2/Tes). Y yo creo que es una frase que debe hacer reflexionar. ¿A María San Gil? Pues, quizá; pero quizá todavía más a los demás. María San Gil dice que ha visto morir en su ciudad a 100 personas que conocía, y eso me hace entender su postura. A alguien que ha vivido algo así no se le puede pedir que tome distancia respecto de la realidad y que ofrezca la otra mejilla. Todos tenemos un personalísimo e inalienable derecho al rencor. Tenemos ese derecho en cuanto que privatus; y María San Gil es hoy precisamente eso, una persona “privada”, aunque con cierta relevancia pública. Pero la cosa cambia cuando el rencor se lleva al espacio de lo público. Entonces, yo creo, que quien lo hace incurre en culpa política. Arengar a la división, al enfrentamiento y al enconamiento de posturas irreductibles es algo grave en todo caso; máxime si se hace con intenciones electoralistas. Pero, sobre todo, es algo preocupantemente eficaz en ciertos ámbitos geográficos, pues suele tener el inmediato efecto de alejar unos cuantos años el horizonte de la reconciliación. ¿Ejemplos? La segunda legislatura de Aznar representa los barros de los que vinieron los lodos del Plan de Ibarretxe y de la notoriedad y fuerza de Esquerra Republicana de Catalunya. Aquella agresiva campaña electoral que identificaba al nacionalismo vasco con el terrorismo es la antítesis de la campaña que permitió a Patxi López y a Antonio Basagoiti hacer realidad la alternancia política en el País Vasco y, con ello, avanzar por la senda de la normalidad democrática. Pero Basagoiti pertenece a un PP al que María San Gil ha decidido no pertenecer. Resulta paradójico, pero María San Gil tomó la decisión, a mi entender, correcta por los motivos equivocados. Decidió dar un paso al margen, pero no a causa de una reflexión crítica respecto de su papel en la política vasca, sino por todo lo contrario. El hecho de que quien tomara la decisión de marcharse fuera ella, me hace pensar, de hecho, que hay muchas lecciones que todavía no hemos aprendido de la Democracia ateniense. Yo siempre echo en falta la institución del ostracismo (aunque no necesariamente el uso que se hizo de ella). A lo que me refiero es a que tiene que haber mecanismos institucionales que permitan prescindir de los líderes una vez que se han convertido, por su incapacidad para el diálogo, el acuerdo y la responsabilidad, en parte del problema.
Respecto al hecho simbólico de que BILDU gobierne en instituciones como el Ayuntamiento de San Sebastián y las Juntas Generales de Guipúzcoa, resulta sumamente sintomático en relación con algunas de las cosas que hemos comentado. Más allá de sutilezas jurídicas, supongo que a gran parte de la ciudadanía vasca le resulta complicado entender que un partido cuyos candidatos rechazan explícitamente la violencia de ETA tampoco pueda presentarse a las elecciones; o, mejor dicho, les resulta demasiado sospechoso. ¿Sospechoso de qué? Pues de la desesperada lucha de uno de los dos bloques sociales por mantener la hegemonía institucional. Y la división llama al reagrupamiento, igual que la violencia llama a la violencia. ¿Sin tales circunstancias habría tenido BILDU el apoyo que ha tenido? Pues yo me permito dudarlo muy seriamente. Como ejemplo, baste preguntarse dónde está hoy el otrora célebre Carod-Rovira. ¿Y ERC? ¿Qué tal les han ido las últimas elecciones en relación con las de hace unos años, cuando el clima político en Cataluña era otro? Me parece que no es necesario responder a esa pregunta, ¿no?
Por otra parte, decir que un partido que ha obtenido 300.000 votos en las últimas elecciones es un partido con ADN terrorista impide tomar en serio al autor de la perla. El maniqueísmo es mal consejero cuando se trata de afrontar problemas sociales. Y la mejor manera de resolver la división social nunca pasa, a pesar de lo comentado sobre el ostracismo, por proscribir a uno de los grupos sociales enfrentados. Eso sería darle la razón a ETA, pues es lo que ésta lleva intentando hacer desde hace muchos años.


Firmado: Escéptico.

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