viernes, 25 de marzo de 2011

La intervención militar en Libia

Año 2004. Tony Blair, de visita en Trípoli, afirma que hay que dar a Libia la bienvenida a la comunidad internacional y mostrar un claro compromiso con el país para “demostrar al mundo que es posible que los países del mundo árabe trabajen mano a mano con los Estados Unidos y el Reino Unido para luchar contra el enemigo común del terrorismo”.

Ha llovido desde entonces. Las revueltas de los países árabes, especialmente mediáticas y exitosas en Egipto y Túnez, tuvieron su eco en Libia, donde prendieron la llama de una revuelta contra el régimen totalitario del General Gadafi. Tras unos días iniciales en que el dictador parecía permanente a punto de caer, la situación se enquista. La revuelta triunfó en el Este del país, en torno a Bengasi y Tobruk, pero no en la capital ni en Sirte, “feudos” tradicionales del dictador. El resultado: el control de Gadafi sobre la mayor parte de las Fuerzas Armadas le permite comenzar a amartillar a los opositores con la fuerza aérea y otros medios militares. Mientras, la comunidad internacional se lo piensa, parece que no va a pasar nada… y de la noche a la mañana, se alcanza el consenso sobre una Resolución de Naciones Unidas (la Resolución 1973) que autoriza el uso de la fuerza. Comienzan los bombardeos para imponer una zona de exclusión aérea que garantice que Gadafi no pueda bombardear a los sublevados.

A partir de aquí se desarrolla el eterno debate sobre si intervenir es bueno, malo o regular. Gran parte de lo que se quiere hacer valer como argumentos no son tales, sino falacias argumentativas o frases vacías que reflejan una posición ideológica de fondo sin molestarse en justificarla con datos o valoraciones. Yo defenderé en este blog que el uso de la fuerza contra el régimen de Gadafi es un uso legal y moral.

Desde el punto de vista del derecho internacional, la cuestión de la legalidad es fácil de dilucidar. La Carta de Naciones Unidas contiene en su artículo 2.4 una prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza con pocas excepciones. Una de esas excepciones es la autorización del uso de la fuerza que realiza el Consejo de Seguridad ante una situación (como la de Libia) que puede amenazar la paz o la seguridad internacionales. La “paz o la seguridad” internacionales, concebidas de forma negativa, no-intervencionista en 1945 cuando se firmó la Carta de San Francisco, han sufrido una evolución doctrinal, como tantos otros conceptos jurídicos, hacia una concepción positiva. Paz no es sólo la ausencia de violencia entre los Estados; es también la ausencia de situaciones de conflicto y de abuso: en este caso, incluye el derecho de una población a no ser privada de sus derechos más fundamentales (la vida) por parte de sus gobernantes de forma arbitraria y contraria al derecho consuetudinario. Por tanto, ante las agresiones de Gadafi utilizando la fuerza aérea contra la rebelión, la decisión del Consejo de Seguridad es legal y legítima. Países tan poco “sospechosos” de intervencionismo pro-occidental como Rusia o China han dado su apoyo. Lo que sí está excluido (explícitamente) es la ocupación de territorio libio por fuerzas armadas extranjeras.

¿Es moral la decisión de usar la fuerza contra Libia? ¿Y cómo no va a serlo? Gadafi no ha respondido con una apertura democrática a las pretensiones legítimas del pueblo libio, sino con el máximo grado de violencia ¿Hay otra alternativa para defender las vidas de quienes se han manifestado libremente a favor de la democracia? ¿Hay otra manera de obligarle a detenerse? No. ¿Es moral permanecer cruzados de brazos simplemente en aras de un principio abstracto –la “no-intervención”- mientras mueren inocentes? ¿Para qué sirven los principios abstractos? ¿No están acaso al servicio de la dignidad de las personas? Parece que nuestra Constitución, en su artículo 10, deja bien claro que la dignidad de la persona, y su vida, deben ser el diapasón que marque el compás de los derechos y libertades fundamentales. ¿Por qué habría de ser otro el canon en nuestra actuación internacional?

Evidentemente, sería deseable no tener que intervenir; sería perfecto que Gadafi hubiera emprendido reformas y hubiera aceptado desaparecer de la vida pública, después de 42 años en el poder. Pero no ha sido así. Nos cabe una responsabilidad que va más allá de la política y que es directamente humana. Rehuirla en aras de una pretendida pulcritud jurídica no hace bien a nadie. Ojalá otro mundo fuera posible, pero en el aquí y ahora, lo mejor es enemigo de lo bueno. Y la intervención militar para asegurar la zona de exclusión aérea en Libia es una medida necesaria, legal, moral y justa.

Firmado: Horacio.


Respuesta

Estimado Horacio,
Me gustaría establecer una diferencia inicial entre lo que yo pienso y lo que me dicen que crea sobre este conflicto. Pienso que la defensa de los derechos humanos puede llegar a ser un elemento ancilar en las relaciones internacionales, siempre y cuando los actores civiles sean los únicos encargados de llevar a cabo esa tarea. El mundo está cambiando a pasos agigantados. Los Estados dejaron de ser hace mucho tiempo los únicos actores internacionales;  es la hora de la sociedad civil global.  Sin embargo, lo que me dicen que crea es otra cosa.
Ahora me cuentan que el gobierno libio está violando sistemáticamente los derechos humanos, que había que intervenir para proteger a la población civil indefensa, pero al mismo tiempo yo no dejo de ver  por televisión a rebeldes armados, a combatientes “civiles” capaces de derribar helicópteros o de tomar a sangre y fuego enclaves estratégicos y ciudades. Todo esto es algo muy diferente a lo que ha ocurrido en Túnez o en Egipto, en Yemen, Bahrein o Siria. Digámoslo claramente: Libia está en guerra. Y nosotros hemos tomado partido por uno de los bandos.
Ética, derechos humanos. El problema para los Estado intervinientes a la hora de esgrimir ideas tan totalizadoras es que, por su propia definición, esas ideas son universales y deberían aplicarse con la misma fuerza y determinación en todo el planeta. Pero eso no ocurre. No se ha intervenido por razones humanitarias en decenas de países cuyos gobiernos violan sistemáticamente la declaración universal de los derechos humanos, encarcelando o asesinando a aquellos que se oponen activamente a su régimen, ni siquiera se han suprimido los  acuerdos comerciales suscritos con aquéllos.
Esas palabras tan extraordinariamente maleables son moldes divinos, apariciones mesiánicas e idealistas que dan cobijo a intereses, sí, intereses de muy diverso calado. Porque yo no soy capaz de creer que la fuerza occidental que interviene en Libia lo hace exclusivamente para proteger los derechos humanos. Aquí entran en juego factores que conectan directamente con los intereses nacionales de los Estados intervinientes. Y si no es así, ¿por qué no se interviene en Yemen o en Arabia Saudí?
Si se piensa, la promoción selectiva de los derechos humanos es en sí un acto inmoral, alejado del espíritu de dichos valores. No es que se ataque a Libia porque se carezcan de medios suficientes para intervenir en otras partes del mundo donde también se están violando los derechos humanos, lo cual podría otorgar una legitimidad parcial a la Resolución 1973 (la legitimidad de “no se puede estar en todos los sitios al mismo tiempo”). Si  fuese así, este mundo sería el mejor de los mundos posibles.
Desgraciadamente, los Estados que forman parte de la coalición armada han escogido a Libia por una razón inquietante: porque pueden. Esos Estados, al valorar previamente las consecuencias de la intervención y aceptar su procedencia de un modo arbitrario,  desvirtúan la misma esencia de  los derechos humanos. Y es que éstos ni pueden ni deben ser objeto de valoración junto a otros criterios de oportunidad. Cuando bajan al mundo de las pérdidas y ganancias, cuando forman parte de la cuenta de resultados, los derechos humanos se convierten en esas falacias argumentativas a las que hacías referencia en el post que ahora respondo, querido Horacio, mediante estas palabras. 
Firmado: Belarmino.

4 comentarios:

  1. El artículo me ha parecido muy interesante. Quizás demasiado claro (si es que ésto puede ser un defecto). Y me parece genial la frase de Blair, porque ahora el mismo sujeto anda defendiendo la necesidad de bombardear Libia, ¡se lo podía haber pensado antes de dar oxígeno al régimen de Gadafi! El problema es que la frase muestra también que no estamos ante un tema de derechos humanos, sino de propios intereses. No me parece mal, cada uno actúa según su conveniencia pero no intentemos ver más cosas. Antes nos interesaba colaborar con Gadafi, y ahora nos interesa debilitarle. Si solo nos movemos por los derechos humanos, ¿por qué no intervenimos en otros países con dictadores que están machacando a los grupos de oposición?

    Espinozat.

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  2. Gracias, Horacio por la entrada. Se puede decir más alto pero no más claro. Acabo de leer otro artículo, de Gorton Ash, que también me ha parecido muy interesante:

    http://www.elpais.com/articulo/opinion/Europa/Marte/EE/UU/Venus/elpepuopi/20110326elpepiopi_4/Tes

    Es curioso el mapa de actores que ha provocado la intervención militar. Alemania, que había asumido el liderazgo de la UE con la crisis económica, ha cedido su protagonismo a Francia e Inglaterra. Estados Unidos se mantiene en un discreto plano. Y todo el mundo mira a la Liga Árabe, que parece el actor clave, en términos de legitimidad. Coincido con Gorton Ash en las críticas que lanza a Alemania: no debió abstenerse en la resolución de la ONU.

    En clave interna, creo que la intervención pasará sin pena ni gloria para el PP y el PSOE, sumidos en otras batallas políticas de mayor calado. Sólo puede ser una patata caliente para IU: intentando capitalizar el “NO a la guerra” podría distanciarse de muchas personas comprometidas con el activismo internacional y con los Derechos Humanos; activistas que tradicionalmente se han identificado con la izquierda izquierda.

    Aunque, claro, todo cambiaría si el conflicto se eterniza y deriva hacia una guerra civil salvaje. Porque me imagino que el objetivo verdadero del bombardeo no es otro que procurar que los rebeldes obtengan el poder en Libia lo más rápido posible.

    Hedonista.

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  3. Me ha gustado mucho la entrada, y comparto su contenido "en abstracto". Yo también apoyaba la intervención en las condiciones descritas: asesinato y represión violenta de manifestantes, torturas y persecución de los que se atrevieron a desafiar la prohibición de protestar, un dictador anunciando que eliminaría a todas las “ratas” que habían osado levantarse contra él... De lo que se trataba era de proteger al pueblo, a los “civiles”, de los delirios sanguinarios de un dictador, y es entonces cuando se debería haber intervenido.
    Pero la situación cuando se autorizó a intervención era ya otra. Los “civiles” se habían convertido en “rebeldes”, y los manifestantes, en algo bastante parecido a un ejército. Cuando los europeos escuchábamos que los rebeldes iban “tomando” ciudad tras ciudad y extendiendo la revolución, nos imaginábamos que tales avances se hacían disparando flores y lanzando besos a los enfervorecidos balcones, pero la realidad es que lo que había en Libia era ya una guerra civil entre dos ejércitos. Sí, de acuerdo, uno mejor pertrechado y con más recursos que el otro. Pero es que, a diferencia de lo que sucedió con Mubarak, el ejército no le dio mayoritariamente la espalda al Dictador una vez que las cosas se pusieron feas (algunas deserciones sí que hubo, pero en la periferia, no en el “centro”). En esta situación, las víctimas “civiles” son ya víctimas de guerra; y éstas las había ya en ambos bandos. Si algo nos enseñó el siglo XX es el peligro demonizar y deshumanizar al enemigo, que es precisamente lo que se hace cuando se lamentan unas víctimas y se celebran otras.
    Confieso que, en mi fuero interno, sigo deseando con todas mis fuerzas que Gadafi caiga y que los rebeldes se impongan, pero cada vez tengo más claro que el cumplimiento de la Resolución de Naciones Unidas está teniendo mucho de engaño. En lo que se ha traducido es en una intervención de apoyo a uno de los bandos en una guerra civil, y algunos de los objetivos bombardeados lo dejan bien a las claras. Hoy hemos sabido que, gracias a los aliados, los rebeldes están revirtiendo la situación, y que se encuentran cerca de tomar la ciudad natal de Gadafi. ¿A qué lleva esto? ¿A la prolongación y enquistamiento del conflicto? ¿Y si Gadafi acaba cayendo? ¿No parece en este caso que el aparato estatal puede caer entero con él, con lo que, en lugar del ejemplo egipcio, estaríamos ante el caso iraquí? Por eso, la oferta que Saïd al Islam parece haber hecho llegar a través de Turquía, para liderar un proceso de apertura democrática en el país, contando con todos los actores relevantes, y frenando la violencia, parece la menos mala de las opciones actualmente sobre la mesa. Es posible que tal oferta haya sido precipitada por los acontecimientos, pero lo que cuenta ahora es evitar que las cosas vayan a peor. Tienes razón, Horacio, en que lo mejor es enemigo de lo bueno.

    Firmado: Escéptico.

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  4. Aunque se haya proclamado una y mil veces el fin del proyecto de la ilustración y el advenimiento del posmodernismo, todavía somos hijos del racionalismo cartesiano y de la vocación cientifista. No nos sirven hechos puntuales, necesitamos leyes, siempre nos sentimos más fuertes si nuestras acciones se pueden explicar dentro de un armazón teórico. Y ese es el problema de la intervención en Libia: vemos claro el árbol pero nos asustan las consecuencias que esta acción puede tener para el conjunto del bosque. Todos entendemos las preocupaciones de Belarmino.

    En este aspecto también es sumamente interesante la crisis de Libia: está generando teoría, nuevo material para las RRII. Por ejemplo, los Estados Unidos ya hablan de una nueva doctrina de seguridad: nueva concepción de los intereses nacionales, multilateralismo y uso limitado de la fuerza.

    http://www.elpais.com/articulo/internacional/Obama/fija/doctrina/seguridad/antipodas/neocon/elpepuint/20110330elpepiint_4/Tes

    La nueva doctrina es más atractiva que la se elaboró con la guerra de Irak pero me resulta sumamente débil. Y también creo que estoy ante “un déjà vu”. De hecho, durante los últimos meses tengo la sensación de estar viendo otra vez esa magnífica serie que fue West Wing: la reforma del ejército de EEUU para dar cabida a los homosexuales, el debate que ha generado el accidente nuclear (Merkel acaba de perder unas elecciones regionales por este motivo) y ahora la nueva oportunidad para elaborar una nueva doctrina militar. ¿Qué capitulo de la serie será el siguiente?

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