martes, 22 de febrero de 2011

Las revueltas en los países árabes

Casi todos los artículos que han aparecido en la prensa sobre las revueltas en los países árabes se pueden dividir en dos grandes grupos: los fascinados y los aguafiestas. Los primeros describen someramente las causas de los levantamientos (lo de siempre: pobreza, autoritarismo, injusticia…) y sus novedades (¡oh, dios Facebook!). Estos artículos suelen terminar con una invitación a contemplar este nuevo y hermoso espectáculo de la liberación de los pueblos. Los aguafiestas son aquellos que siembran dudas sobre el futuro de estos países, nos advierten de los peligros (más de lo mismo: autoritarismo, islamismo, terrorismo..) y destacan las incógnitas del proceso iniciado. Fascinados y aguafiestas comparten una perspectiva contemplativa que me irrita sobremanera.

¿Es que nadie va a decir o va proponer lo que se tiene que hacer?

Las revueltas sorprendieron a todo Occidente, pero ya no caben más lamentaciones o celebraciones, ha llegado el momento de intentar influir en el curso de los acontecimientos. Necesitamos una hoja de ruta.

Para empezar, y ya llegamos tarde, hay que apoyar sin equívocos los levantamientos populares. No sólo porque los rebeldes sean los buenos de la película (cosa que, por otra parte, no sabemos) sino porque son los ganadores. En estos momentos, ya sabemos que la antigua hornada de dictadores árabes tienen los días contados así que cuanto antes los condenemos, mejor. Seamos, pues, prudentes, y apostemos a caballo ganador. (Ojo, y esto afecta a todos los países, incluido también Marruecos).

A continuación, tenemos que procurar que lo ha sido una revuelta se convierta en una revolución; es decir, necesitamos un proyecto político, algo diferente a lo que había antes. Y no basta con señalar que los rebeldes gritan a favor de la democracia pues esta palabra en la boca del pueblo no significa nada. Los países socialistas eran democracias populares, Irán es una democracia islámica, la España de Franco era una democracia orgánica. La fuerza política de Mubarak se llamaba Partido Nacional Democrático. En el caso de la democracia, el apellido es mucho más importante que el nombre; y lo que interesa a Occidente es colocar el adjetivo liberal. La competencia va a ser dura pero tenemos que confiar en nuestro producto estrella, en nuestra marca de la casa: la democracia occidental. Esto es: elecciones cada cuatro años, concurrencia de varios partidos políticos y garantía de los derechos y libertades fundamentales.

Nuestra estrategia ha de ser de focalización, porque el que mucho abarca poco aprieta, y es preferible concentrarse en un país que derrochar esfuerzos en varios. En estos momentos, los focos están puestos en Libia, pero, no nos equivoquemos, el Estado de referencia en el mundo árabe es y será Egipto. Si conseguimos instaurar una democracia liberal en la tierra de los faraones ya tenemos media guerra ganada.

Y si nos concentramos en Egipto, lo primero que necesitamos son unos actores. Porque la turba social que se congrega en la plaza de Tahrir no es un interlocutor válido, y porque sabemos desde Marx que toda revolución exige una élite revolucionaria. Las fuerzas políticas deben robar el protagonismo al pueblo y para ello no queda otra que soltar dinero. Se ha de buscar y se ha financiar a los actores fundamentales de toda democracia liberal: los partidos políticos. Y no inventemos el mundo ahora: un partido de centro izquierda y otro de centro derecha. Busquemos, pues, líderes: que salgan en los medios de comunicación y que sean consultados por el gobierno de transición. La masa social que vuelva a sus casas; y, en todo caso, llevémonos a los jóvenes rebeldes más representativos a nuestros congresos internacionales para que nos expliquen, entre alabanzas, cómo utilizaron las redes sociales en las protestas.

Entre nuestros interlocutores debemos incluir también a los partidos/asociaciones islamistas. Seamos realistas: si no se consigue incorpora el islamismo al juego político de los países árabes no habrá democracia posible. Y esto, en Egipto, supone contar con los Hermanos Musulmanes. Aunque sea duro, no creo que tengamos que ser muy exigentes con ellos, no les digamos: “o renunciáis a un proyecto político guiado por el Islam o no participáis en las elecciones”. Tendrán que aceptar las reglas mínimas del gobierno democrático y la separación entre Iglesia y Estado. Y a cambio habrá que darles algo (algo más que dinero, digo), por ejemplo, el Islam deberá figurar en la Constitución como religión preferente y activo cultural a preservar. Si se forma un gobierno de concentración, no estaría de más contar con algún ministro islamista.

Por otra parte, el ejército ha de ser el principal aliado de Occidente. Primero, porque no se puede empezar a construir nada serio si no se garantiza la continuidad del Estado y de la Administración; y hoy por hoy, en Egipto, el Estado lo encarna el ejército. Y, segundo, porque los militares serán los protagonistas en la lucha contra Al Qaeda (que como muy bien nos han dicho los “aguafiestas” no tardarán en entrar en escena). Así que no nos empeñemos en investigar y juzgar el pasado, porque la mierda podría salpicar a muchos generales, y conviene tenerlos de nuestra parte.

Por último, convendría diseñar una especie de plan Marshall para modernizar el país; y fomentar la ilusión (al menos durante los primeros años, hasta que el nuevo régimen se consolide) de que la democracia liberal irá unida a una fase de crecimiento económico. No olvidemos que los manifestantes salieron a las calles hartos de pobreza e injusticia. Así que cuanto más tarde en llegar la fase del desencanto democrático, mejor. Como los recursos de Europa y de Estados Unidos son escasos en estos momentos, convendría desviar buena parte de los fondos de la ayuda global al desarrollo a Egipto, y otros países del norte del mediterráneo. Al fin y al cabo, son los árabes los que han tenido la valentía de salir a la calle y no otras poblaciones de Estados despóticos que reciben mucho dinero de la cooperación internacional.

Todo esto en cuanto a lo que podría denominarse como el Plan A, pero no olvidemos que también necesitamos preparar un Plan B; porque si la cosa se pone fea, y existe un riesgo de deriva “a la iraní”, no nos quedará más remedio que entrar con todo en el país referente en el mundo árabe, clave en oriente medio y que además controla el canal de Suez… En ese caso, tendríamos que colocar nuestro otro producto, ese del que no nos sentimos tan orgullosos y que sólo aplicamos en situaciones extremas. Esperemos que no haga falta.

Firmado: Hedonista

Respuesta
Partes, Hedonista, de la necesidad de intervenir en Egipto, y yo, de la tesis opuesta, aunque es probable que nuestros puntos de llegada no sean, en el fondo, tan dispares. Según he leído tu post no he podido dejar de pensar en casi un siglo de colonialismo, diversos repartos de África, caprichosos trazados de fronteras, expolio de recursos naturales, apoyo a crueles gobiernos títeres, y revueltas y gobiernos populares abortados por diversos medios. Creo que esta vez Occidente debe pensárselo dos veces antes de interferir en la senda emprendida por Egipto y los demás países árabes  y bereberes cuya población ha tenido el valor de hacer algo que nosotros, conformistas y más o menos acomodados espectadores, quizá no habríamos hecho (nuestro “Mubarak” murió en la cama). Creo que no podemos dejar pasar la oportunidad de, por primera vez, no hacer lo que nos pide el cuerpo y nos sugiere la costumbre. ¿Que por qué? Pues por varias razones, entre las que la justicia y la responsabilidad histórica sólo son algunas de ellas. Fundamentalmente, considero que nuestros intereses estarán mejor salvaguardados si se contribuye a deshacer esa brecha de desconfianza que separa lo que algunos han definido como nuestras “civilizaciones”. Nuestros intereses, como digo, estarán más a salvo desde el respeto a la diferencia que desde la voluntad de asimilación. Sí, hablo de intereses y de respeto. Porque no sé qué interés directo podemos tener en que un país sea más o menos islámico o católico. Eso es algo que debemos respetar, y punto. Más religiosos que Arabia Saudí y que Estados Unidos hay pocos Estados y, sin embargo, eso no significa que deban ser enemigos de Israel, por ejemplo. Turquía está hoy gobernada por un partido islámico que, además, ejerce de tal, revisando muchos de los dogmas laicistas establecidos por Atatürk. Y en España tampoco estamos para dar lecciones, pues hemos visto cómo la Iglesia católica salía a la calle para protestar por la reforma del matrimonio civil (¡Ojo!, no del matrimonio canónico), lo que da idea de que la nuestra Iglesia no se conforma con influir en las instituciones y formas de vida de sus fieles, sino que continúa aspirando a influir en las de los que no lo son (y ello no ha sido objeto de escándalo alguno a nivel internacional, obviamente). No entiendo, por tanto, las cautelas frente a los partidos o asociaciones islámicas como tales, pues dudo de que el elemento religioso implique necesariamente elemento alguno de confrontación con lo que nos conviene. Y en caso de que lo haga, lo que habría quizá que preguntarse es si estamos ante un elemento religioso, o genuinamente político. Sí, ya sé, la aplicación radical de ciertos dogmas ¿religiosos? (conviene recordar, por ejemplo, que el origen del burka es laico) suponen una flagrante violación de los derechos humanos, y ante eso no se puede permanecer de brazos cruzados. Pero la reacción razonable a ello cuál sería, ¿sembrar el país de bombas? Yo creo que es algo más civilizado, por ejemplo, otorgar la condición de refugiado y conceder asilo a todo aquél que pueda ser o sea víctima de tales dogmas, utilizando nuestras embajadas y consulados en tal país como verdadera oficina de atención a las víctimas. El respeto y compromiso con las ideas no tienen porqué llevar necesariamente al conflicto. Se debe hablar hasta con el diablo y, si se puede, llegar a acuerdos con él. Porque fue Kelsen, creo, quien dijo que en democracia la única herramienta política es el acuerdo y la negociación.
A lo anterior quisiera añadir que siempre he sido poco amigo del mimetismo constitucional, pero que lo soy aún menos cuando se trata de países, sociedades y personas que tienen tan poco que ver entre sí. Nuestro “producto estrella” es el resultado de dos siglos y medio de evolución, en la que ha habido fracasos, pasos adelante y atrás, reformas constantes, y un resultado cuya práctica se parece tan poco a su ideal originario. Además, es una triste verdad que la experiencia ajena nos suele ayudar escasamente. Cada sociedad tiene que atravesar sus propias edades y vivir sus propias crisis para llegar a una madurez que le permita cristalizar en formas de convivencia más estables, más respetuosas con las personas y más adaptadas a su realidad. De nuevo fue Kelsen quien dijo, más o menos, que la Democracia es el punto de equilibrio en el movimiento pendular entre un extremo político y otro; y de nuevo, creo que tenía razón. Pienso que si tratamos de evitarles a los árabes lo que nosotros entendemos que son errores propios del inexperto, estaremos construyendo sobre la nada. Sólo la historia vivida permite construir en firme, y ellos tienen esa asignatura pendiente (obviamente, en el plano político).
Para los que piensen que estoy exagerando yo les preguntaría algo: ¿cuántas democracias conocen y qué tal funcionan en países con más de un 30% de analfabetismo (y estoy siendo generoso, pues pongo el caso de Egipto; en el conjunto del mundo árabe la cifra se acerca al 60%), con más de un 20% de la población por debajo del umbral de la pobreza (menos de 2 dólares al día), en los que la separación entre Iglesia y Estado no se ve mayoritariamente como algo deseable y con una tradición tribal que hace del individualismo y el subjetivismo una anomalía de ciertas élites? Pero es que, además ¿y si ciertos países eligen vivir de un modo que a nosotros nos resulta primitivo? ¿Qué problema hay? Ah, claro, se me olvidaba: conflicto palestino israelí, petróleo y gas, ¿Canal de Suez?...
Evidentemente, supongo que algo se puede hacer para evitar que Egipto, caiga en el caos. En el primer paso estamos de acuerdo, Hedonista. Hay que apoyarse en el aparato estatal que queda en pie: el ejército. En los siguientes pasos yo sería algo más prudente. Me refiero a que las intervenciones “desde fuera” corren el riesgo de ignorar riesgo internos, por lo que primero escucharía a las élites del país, con cuidado, no obstante, de pensar que son la única referencia interna. ¿Después? Bueno, supongo que la transición española es, en cuanto "proceso", un buen ejemplo: se dirigió desde fuera, pero la población mayoritariamente lo ignora. Pues algo así. Y, sobre todo, conformarse con que lo que salga sea viable (es decir, que garantice la estabilidad interna), que no moleste demasiado a ningún grupo social significativo y que no se rompan los puentes diplomáticos de entrada con nadie.
No quiero extenderme más, pero parece inevitable referirse a la sombra del Irán de los ayatolás y su “Revolución islámica”. Y yo pregunto, ¿cómo se llegó a ésta Revolución? O, mejor dicho, ¿frente a quién se hizo tal Revolución? Frente a un tirano colocado por la CIA tras la revolución popular de agosto de 1953. De aquéllos barros, éstos lodos.

Firmado: Escéptico.
PD: recomiendo la lectura de una entrevista con Tariq Ali:

Réplica:
No considero que lo que lo más adecuado sea cruzarse de brazos y observar desde la distancia cómo se desarrollan los acontecimientos. Desde luego, no es lo que van hacer otros actores con intereses en juego: Irán, Al Qaeda y las dictaduras árabes que temen que se extiendan las revueltas democráticas. Tu respuesta me ha recordado a otro artículo de Catherine Asthon que señala que es el momento de escuchar y no de hablar. Pues bien, yo creo que precisamente estamos ante una oportunidad histórica para alzar la voz y ayudar a los países árabes a consolidar democracias liberales. Y creo que, en este contexto, los Estados Unidos están desarrollando una labor mucha más digna e inteligente que la Unión Europa. Hay que hablar y apoyar claramente a los levantamientos populares. Y si  los dictadores bombardean a las poblaciones de sus países, se han de ejercer presiones y tomar medidas para intentar evitar la masacre. Y también debemos ser solidarios con los partidos y líderes democráticos de estos países, pues es lo que hicieron con nosotros, y lo que nosotros hicimos con los partidos de Europa del Este. Seamos escépticos, y no cándidos, pues la desconfianza entre “civilizaciones” no aumentará si apoyamos a los partidos democráticos; aumentará si llegan al poder las fuerzas políticas que nos consideran como sus enemigos. No voy a entrar en las disquisiciones que realizas sobre la religión, porque ya en mi primer texto defendía la necesidad de integrar a las asociaciones islamistas en el juego político de los nuevos regímenes y, además, algunos de tus  argumentos caen por su propio peso (comparación entre EEUU y Arabia Saudi, violación de derechos humanos…). Por otra parte, no se trata de aplicar un mimetismo constitucional, sino de intentar que el nuevo gobierno sea, simplemente, constitucional: elecciones, partidos, y también derechos y libertades fundamentales cuya principal función, siguiendo a tu admirado Kelsen, es proteger a la minoría (y entre esas libertades, se encuentra, evidentemente, la libertad religiosa). Me acusas de colonialista pero no dudas en insinuar que Egipto se encuentra en un estado evolutivo inferior. ¿No está suficientemente maduro para la democracia? Esa idea, además de falaz, me resulta peligrosa, y me recuerda a ciertos personajes del pasado. Por muy bonita que te haya quedado la frase “sólo la historia vivida permite construir en firme”, es una ficción plantear la posibilidad de una historia sin intervenciones del mundo exterior que te rodea. ¡Si mismamente la historia de cualquier país europeo es un relato de guerra y de intervenciones desde fuera! Y lo más sorprendente de todo es tu conclusión, pues contradice directamente tu tesis principal de no intervención. Estoy de acuerdo con impulsar un proceso como la transición española, esto es, un proceso que contó con la inestimable ayuda de gobiernos democráticos, que tuvo como modelo la democracia liberal, cuyos protagonistas fueron unos partidos políticos financiados desde el exterior (y no la masa social), que logró obtener el apoyo de la iglesia, que no juzgó el pasado, y que contó con la ayuda económica de la Unión Europea. Si tu mensaje es “de acuerdo, actuemos pero que no se note demasiado”, mi respuesta, estimado Escéptico, no puede ser otra que: “Está bien, seamos discretos pero actuemos con decisión”.

Firmado: Hedonista.


Contrarréplica

Cuando nos embarcamos en esta aventura dialéctica jamás pensé, amigo Hedonista, que llegaría a estar más de acuerdo con Catherine Ashton que contigo, y ya ves...
Sin embargo, me malinterpretas cuando insinúas que defiendo "cruzarse de brazos". A mi lo que me preocupa es que Egipto caiga en el caos, pero no necesariamente que Egipto se convierta en una democracia estrictamente "liberal" (adjetivo que, por cierto, dejó de aplicarse propiamente a las democracias desde que el sufragio es universal). Además, ¿cómo juzgarías tú una constitución como la libanesa o la belga, en la que las voluntades individuales se contrapesan con la necesaria representación colectiva de etnias y grupos sociales? Yo "liberales" no las llamaría, desde luego. Sin embargo, en su día se pensó que sería lo más pragmático, lo que mejor garantizaría la paz social; y aunque el tiempo las haya vencido, yo con lo que me quedo es con la flexibilidad del enfoque y con el fin perseguido (la paz social).
En cualquier caso, entre cruzarse de brazos e "interferir" dista un largo trecho. Yo no he puesto en duda el apoyo político a las revueltas ni la condena de la violencia ciega y a la desesperada de los dictadores. Eso lo doy por supuesto. Yo estaba a otra cosa, a la que tú planteabas: ¿cuál debe ser nuestra "hoja de ruta"? Y, para no extenderme más, seré conciso. Creo que los pasos a dar serían (aparte de los ya expuestos en mi "respuesta"):
  1. Prestar asesoramiento a los poderes interinos, pero sin caer en el dogmatismo o fervor visionario.
  2. Financiar y apoyar discretamente a "actores razonables"; es decir, a los que defiendan valores de respeto a la libertad, pero no a través de su imposición.
  3. Defender la presencia de observadores internacionales (de distintas nacionalidades, claro) durante el proceso de apertura.
Si Al Quaeda, Irán y las dictaduras árabes optaran por la imposición y, lo que es poco probable, tuvieran éxito (logrando el apoyo mayoritario de la población; porque está claro que el ejército egipcio no está por la labor), quizá habría que replantearse algunas cosas, pero en ningún caso apoyaré convertir a Egipto o a sus vecinos en un mero tablero en el que se jueguen partidas estratégicas globales, que únicamente utilicen a los egipcios o ciudadanos correspondientes como peones. Ya no más de eso. Y, en el más catastrofista de todos los escenarios (que es, como decía, muy, muy poco probable), será contra Al Quaeda o Irán frente a quien se haga la próxima Revolución, y no contra nosotros. Porque nuestra relación con el mundo árabe no soportaría ya otra Revolución en contra nuestra; en ese caso se convertiría a un tonto osado como Huntington en un visionario, pero lo peor es que seríamos nosotros mismos los que operaríamos la transformación.


Firmado: Escéptico.
 

1 comentario:

  1. Aquí tenemos la opinión brillante de todo un clásico de los "aguafiestas" españoles:

    http://www.elpais.com/articulo/opinion/calidad/olas/elpepuopi/20110318elpepiopi_4/Tes

    No comparto la visión de este autor, pero me parece muy interesante.

    Hedonista

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